
Cada palabra la repitió tres veces para que no se me olvidara y luego apagó la luz.
En solitario intenté dialogar, mas no encontré respuesta, no encontré cercanía ni compatibilidad.
Me fui alejando mientras que Sibila entraba con firmeza, pues ella parecía abarcar todo con naturalidad. A mí, en cambio, las paredes se me venían encima.
Al no tener escape vacilé.
Y en el minuto cúlmine de mi existencia, las tres palabras volvieron a mi mente: Dios, Amor, Condena.
Sibila me tomó en sus brazos maldiciendo, aun cuando mis muñecas continuaban llorando su carmín.