¿Qué se traen entre manos?
Algo que a la larga me perjudica, cuestiono.
A ratos, el caballero de los diarios se convierte en mi confidente.
Los buenos tiempos escasean, pese a que por unos instantes, la balanza se vuelve favorable: el ritmo de la buena onda, me dice Don Julio.
Sin embargo no le creo.
Veo a un muchacho frenético, corriendo en bicicleta mientras esquiva auto tras auto. Conduce igual o peor que aquellos que mantienen su bocina pegada intentando llamarle la atención. Acto seguido, lo veo desbancarse en la cuneta. ¿Inevitable? Sólo con una paradoja temporal o un hoyo negro.
El tumulto me impide ver la magnificencia del
chancacazo.
- Huevón - pienso. Sin preocuparme de su estado ni compartiendo la curiosidad que arrastra a la gente que le observa. Pocos hacen algo. Más de alguno alega contra el descriteriado. Hasta que llegan las personas de seguridad de la comuna, entonces, sólo entonces significa algo: un pobre diablo sangrando por la boca en el pavimento.
Sí, lo vi y ya poco me importa. ¿Acaso me desalmo?
Don Julio se ríe. No hay temor en la duda, afirma. No serás villano ni héroe por mostrar indiferencia. Juega al presente de tu estado.
Con la filosofía que me dicta, Don Julio se retira. Agrada encontrar a esos sabios callejeros. Gratis, ni siquiera compré el diario.
Agarro mi mochila que ya se cae del hombro. Estoy flaco, refunfuño mientras me jalo el pantalón para arriba.