"Ríe con cautela, le sobra experiencia.
Así como Hannah, ella alza su vista y le toma la mano.
Vuelve a creer en los ideales. La vida se torna justa en el horizonte"

lunes, 5 de enero de 2009

Sibila, la mujer del fuego

Aún aguardo la base de mis sueños.
Esperando fijamente en que desencadenarán sus verdades ante mis ojos, abriendo espacios inmensos para alejarme del propio.
Despertar sería un infortunio, al que no se atreverían mis facultades ya un tanto perturbadas.
¡Acompáñame Sibila!
¡Juntos no habrá cañón que nos derrumbe ni pared que nos limite!
Quiero seguir abrazándote, no perderte con la aclaración de mis dudas, hacerte mía de una vez por todas y para siempre...

¿Cuánto más pretendes esperar?
Los límites son el contratiempo más absurdo para tu actuar.
Anda, múevete. Juega y encuentra.
Y ahora, frente a frente, cuéntame ¿qué ves?
¿Mudo? ¿Tan grandiosa es la maravilla? ¿Tan brillante la ilusión?
Baja del sueño, que ahora las cosas se miden de nuevo, y por lo que veo eres más de lo que aparentas. Eres tú mismo y eso le agrada. Luchar tiene un precio, la recompensa siempre es gratuita.

En una sonrisa, descargué mis secretos.
¿Qué más queda? Tiempo.
Tras la ausencia, entre mi demencia y la consistencia de un abrazo.
Flotando por espacios exquisitos.
Y que suave se siente.

Libre albedrío: la musa decadente, mi sinestesia.
Redención. Salvación. Paraíso. Sonetos de utopía.
Sueña conmigo esta noche frágil.

domingo, 4 de enero de 2009

Esos Parajes del Rock (El Gordo y la Vespa)

Le grité con coraje a la zona de eco. Posiblemente con mayor coraje del que tuve alrededor de todo este largo período. Pretendía con ello, levantar las alicaídas azucenas del jardín. Hacía ya tiempo que no florecían.
Mustias. Achicharradas por la temperatura irritante.

Una vez que el sonido me devolvió la cordura y la estampa (como para poder erguirme un poco más diestro), abotoné mi camisa y apreté las cuerdas de las zapatillas.
Había camino por recorrer, era una afirmación constante, pero a la vez marcaba huellas en el pavimento, las que alimentadas por las ondas resonantes que gatillaban en mi cabeza, se hundían tan firmes como templarias.
Y es que probablemente las circunstancias lo ameritaban: a veces es bueno dejarse llevar por el oido.