Corría 1998 y la noticia apocalíptica de turno parecía indicar que el meridiano de Greenwich se había corrido un par de metros, alterando las longitudes como las conocíamos. Una falla en la corteza terrestre jugaba con la geología, acompañado de raros sucesos alrededor del globo que sólo unos pocos pudimos notar.

Yo trabajaba en un boliche que vendía fósforos en el Quisco. Una relación de amor/odio con la materia, porque potenciaban mi adicción al cigarro. Por lo que las pocas ventas del negocio subsistían gracias a mi bolsillo y a la necesidad de no quedar falto de fuego. Nostalgia latente. Hace poco me había retirado de las misiones especiales, aunque siempre consciente de que me necesitarían de nuevo en alguna tarea encubierta. Un retiro a medias. No hay escape para lo que se ama, como suele suceder.
La noticia no tardó en ampliarse.
Ciencia Ficción pura, hablaron los incrédulos al fenómeno, desmintiendo y desmitificando a la prensa más alarmista.
No faltaron los viejos con la cara como pasa, que hacían gala de medallas que les consagraban como intelectuales aunque conservadores. Una lata.
La parte de corcho de mi cuerpo percibía las ondas cambiantes en la atmósfera, estremeciéndose con cada flujo intertemporal que desordenaba al universo. Un reflejo nato para los de mi especie. Todo hacía preveer que volvería a mis viejas usanzas. Los dados estaban cargados.
La parte de corcho de mi cuerpo percibía las ondas cambiantes en la atmósfera, estremeciéndose con cada flujo intertemporal que desordenaba al universo. Un reflejo nato para los de mi especie. Todo hacía preveer que volvería a mis viejas usanzas. Los dados estaban cargados.
La verdad pasó piola y como suele ocurrir en estos casos, las pupilas conspirativas se encargaron de hacerlo ver como una sacudida en la farándula y quebraron a la pareja de turno para distraer. Sin embargo, algunos seres de trapo alcanzamos a notar el cambio más severo: una dimensión paralela se entrecruzaba con la nuestra afectando tiempo y espacio. Junto a ello, las materias inversas no tardaron en manifestarse: gente gruñona siendo amable o avaros demostrando una generosidad inusitada.
Fue así como me reencontré con Gracia Aldunate, una investigadora de lo paranormal con quien había compartido un fogoso affaire años atrás. Ella sabía el secreto de mi doble-vida.
Gracia logró contactarme gracias a un par de títeres amigos y científicos Rusos con los que me carteaba seguido. Se encargó de explicarme lo justo: la dimensión paralela era un universo espejo que revolucionaba las conductas habituales y podía comenzar poco a poco a tomarse la realidad como la conocíamos, suplantándola con identidades contrarias. Pese a la incomodidad del ambiente, actuó como la profesional que era y me chantó la firme: necesitaban un agente que interviniera en la dimensión invasora para encontrar su núcleo, insertar una bomba de ruido y escapar antes de ser consumido por la otra realidad. Me tocaba jugar a Duro de Matar
de nuevo.
Tras una fructífera meditación (la nicotina me ayudó a pensar con claridad y a alivianar la digestión que andaba algo obstruída por el estrés), acepté gustoso. Luego vendría el popular viaje al centro de la tierra.
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