
Tres de la madrugada. Se devolvió por enésima vez a mirarlo. Marcos roncaba allí, tan tangible. Sentía representada la oposición completa a sus deberes de madre, aquellos que, casi de forma instantánea se habían manifestado desde que escuchó ese grito desgarrador previo y la reconfortante exhalación de la criatura en sus pechos. Sentía el vientre agredido al observar la pasividad en el sueño del pequeño Marcos, seguro en su espacio, un hogar. Pensó en la importancia de llamar a alguien por un nombre y se perdió divagando desde el marco de la puerta acerca de la significancia entre un año o varios más, incluso, recordó a su madre y a los entonces repulsivos besos de cada mañana en que la despedía antes de partir al colegio. Quizás por el temor de que no volviera. Pero ella, siempre lo hacía. Pero eran quince años, no uno.
Despegó su objetivo de Marcos. Vomitó en el baño y volvió abatida a la cama.
Posó su cabeza en la almohada y se ahogó con la mucosidad que acompaña a una lágrima.